#SociologíaUMSAescribe - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
#SociologíaUMSAescribe
En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
AUTORES
ME VOLVÍ A PREGUNTAR ¿POR QUÉ LA “H” ES MUDA?[1]
Fernando Blanco Mamani[2]
Los únicos recuerdos que tengo sobre la lectura en mi niñez están marcados por discusiones con mi profesora de primaria sobre por qué la letra “H” es muda. Estos debates me ocasionaban castigos. Por ejemplo, me obligaban a colocarme al lado del pizarrón y sostener la mochila con las manos levantadas. Estas experiencias me llevaron a ver a la lectura como una imposición más que como una herramienta valiosa. Sin embargo, a los 33 años, comprendí su verdadero significado y valor. Descubrí que la lectura puede abrir mundos y perspectivas, pero que ese camino no llega de inmediato.
La anécdota que acabo de contar ocurrió entre primero y tercero de primaria y marcó el inicio de mi vida escolar y académica. Fue una etapa cuando me encontré con personas que no estaban acostumbradas a recibir preguntas críticas. Recuerdo a mis profesores reclamándome que, si quería dictar la clase, pasara al frente o de lo contrario debía callarme y atender. En este punto, entonces, me enfoqué en extraer datos de cualquier texto según mis necesidades: comprender una lección, resolver ecuaciones, encontrar noticias o seguir tutoriales, entre otras cosas.
En la primaria –no sé si solo fue mi experiencia– mi tarea consistía simplemente en escuchar a los profesores “leer” el libro que nos hacían comprar. Al llegar a casa, repasaba lo leído en clase; las tareas parecían un castigo de trabajo forzado. Solía repetir este patrón una y otra vez, pero en el fondo no pensaba en nada nuevo ni aprendía a pensar por mi cuenta. Cuando era pequeño, ir a la escuela era un calvario, por lo que le resté importancia, porque era más interesante ver manualidades en Canal 7 (por televisión), que repasar un libro con la boca cerrada.
Al llegar a la secundaria, decidí asistir a una institución que ofrecía una titulación técnico-industrial. Me gustaba mucho, porque allí sí podía pensar (tenía que hacerlo) y aproveché cada momento en esos cuatro años. En ese lugar, me guiaron por un criterio más técnico y mi razonamiento se asemejó a un diagrama de flujo informático: siempre buscando el mejor camino para encontrar la solución. Desde entonces, todas mis decisiones se redujeron a las opciones A, B o las que se requerían. Realmente, todo el panorama parecía fácil y cualquier contratiempo era solucionable. Por otro lado, ya no había materias como Religión o Filosofía y las demás asignaturas se centraban particularmente en la especialidad elegida. Como se puede deducir, mi cerebro se convirtió en una especie de base de datos, con un pensamiento calculador, pero sin percatarme de lo que realmente sucedía a nivel social en mi entorno.
En cuanto a mi familia, el saber leer era tan natural que nunca fue un tema de conversación. Toda la responsabilidad de la enseñanza recaía en la escuela. En mi hogar, si bien se celebraba los logros personales, había avances que no, como el hecho que a los 10 años debía saber leer perfectamente. No se preguntaba si sabía leer, porque se lo daba por sentado. En ese sentido, la lectura pasó a un segundo plano.
Indagando sobre la historia de mi mamá y de mi papá, descubrí que ambos descendían de familias trabajadoras dedicadas a la minería y a la agricultura. Desde niños, tenían obligaciones mucho más importantes que el estudio; eso les llevó a madurar a una temprana edad y tuvieron una comunicación casi nula con sus padres sobre temas educativos. Así, se volvieron independientes y con poco tacto afectivo.
Estoy convencido de que mi experiencia no es única, porque el hábito de la lectura no está profundamente arraigado en el pueblo boliviano y considero que no es justo atribuir la responsabilidad a una sola persona o a un grupo, pues el tema es complejo y va más allá de una sola causa. Tengo la esperanza de que esto cambiará a medida que la cultura colectiva mejore. En varias ocasiones, busqué conocimiento por mi cuenta, aunque generalmente se trataba de información técnica: ingeniería, historia universal o temas diversos. Lo hacía para saciar mi curiosidad o llenar vacíos de mi comprensión del mundo o, mejor dicho, de mi registro mental. Aun así, esa búsqueda me daba la sensación de poseer un conocimiento general que, sin embargo, carecía de algo más profundo: de alma.
Llegué a un punto en el que no parecía haber algo realmente importante que aprender, porque solo actualizaba o agregaba información a mi conocimiento. Sin embargo, hasta ese entonces, la manera como conocía las cosas me brindaba una cierta seguridad para actuar, tomar decisiones e incluso elegir carreras profesionales; pero la sensación de vacío aún permanecía.
Al llegar a la universidad, mantenía la misma visión del mundo: las lecturas eran vacías y las manejaba como si fueran datos estadísticos. Podía rozar lo soberbio, porque pensaba que ya todo estaba escrito o descubierto; pocas cosas me sorprendían. Cursé tres carreras: dos en instituciones estatales y una privada, pero, como antes, toda la información era simplemente actualizada, sin ser relevante a nivel personal. Aun así, me desenvolvía bien en mis actividades académicas y laborales, hasta que todo cambió el 2023.
Al comenzar ese año, uno de mis objetivos personales era liberarme de un peso que había llevado conmigo durante muchos años. Era una sensación abstracta que me resultaba difícil de describir. Desde que cambié de colegio a los 14 años, no paré de asumir actividades que ocupaban todo mi tiempo, día tras día. Con el deseo de darme un descanso y explorar algo diferente, decidí ingresar a la Facultad de Ciencias Sociales y estudiar Sociología. Allí, las cosas comenzaron a fluir de manera distinta y me comprometí a asistir con la mente abierta, dispuesto a aprender nuevas ideas y perspectivas. A diferencia de cualquier otro libro o información que había encontrado antes, esta vez realmente estaba leyendo y aprendiendo. Los temas que abordaba eran nuevos para mí, o tal vez no les había dado la relevancia que merecían. Gracias al apoyo de los docentes, pude comenzar a dar forma a mis ideas. Por primera vez, experimenté la capacidad de sentir y analizar lo que ocurría a mi alrededor. Esta nueva forma de comprender el mundo despertó en mí una curiosidad insaciable.
La historia está compuesta de alegrías, anhelos y tristezas pasadas. Me encontraba fascinado, como un niño de cinco años aprendiendo a leer por primera vez, dando sentido a las palabras como si fueran imágenes impregnadas en las páginas de los libros. Cada descubrimiento no solo me llenaba de interés, sino que también me permitía conectar ideas y realidades que antes me resultaban ajenas, transformando la lectura en una experiencia profundamente enriquecedora y satisfactoria.
Al leer sobre la historia de nuestro país, me di cuenta de que no estaba enterado de prácticamente nada, porque toda la información que tenía correspondía a la historia general. Por primera vez me sentí desconectado, como si despertara un día y encontrara toda mi casa desordenada y fuera de control. Experimenté rabia y vergüenza no originadas por mí, pero que, al pertenecer a este país, me involucraban directamente.
Antes de finalizar, ¿qué significa leer? Según la Real Academia Española (RAE), leer es “mirar y comprender el significado de los caracteres o las palabras”. Hasta hace poco, yo lo veía así; pero al estudiar textos extensos y tediosos pasé de algo no muy grato a una experiencia enriquecedora. Leer significó conectarme con cada autor. A veces, incluso deseaba que el texto no terminara, porque era como colgar abruptamente una llamada importante, dejando a medias una conversación con alguien que miraba una realidad distinta de la mía. Aunque a veces no comparto los puntos de vista de algunos autores, leer me ha permitido comprender a otras personas y situaciones que van más allá de mi propio entendimiento.
La diferencia entre el antes y el ahora no es la edad ni la madurez conseguida, sino la forma como comprendo dónde estoy parado y el contacto que tengo con mi realidad. La cultura colectiva debe impulsar la búsqueda del conocimiento con criterio, no superficial, promoviendo un cuestionamiento reflexivo para entender mejor el presente y orientar nuestras acciones hacia un futuro más claro y fundamentado.
A pesar de que en su momento aprendí a leer y escribir, ganando algunos concursos en mi infancia, nunca le había dado una importancia real hasta que ingresé a mi actual carrera. Desde el primer día, sentí que estaba pisando tierra firme después de mucho tiempo. Para ser sincero, volví a ser ese niño de primaria con ganas de cuestionar por qué la “H” es muda y por qué las cosas son como son.
Publicado el 29 de noviembre de 2024