María José Vásquez Fuentes - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
#SociologíaUMSAescribe
En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
AUTORES
¿SUMISA O ATREVIDA?[1]
María José Vásquez Fuentes[2]
Familia. Es factible pensar que el desarrollo individual se basa en el entorno que habitamos, pues nuestra construcción personal no es más que el reflejo de todos los micro momentos donde coexistimos. Como personas, nos olvidamos de que nuestro futuro no solo es el conjunto de situaciones imaginarias y deseos, sino que cada uno de éstos vienen regulados por una carga determinativa del pasado. Es así que los vínculos familiares resultan ser nuestra primera herramienta para afrontar el mundo. Por ello, me siento en la necesidad, como mujer, de explorar las elecciones de mis abuelas, aun cuando su época fue determinante; ellas representan una parte de mi esencia y un símbolo personal de resiliencia y lucha en un mundo opresor.
Vitalia, mi abuela materna, es una mujer implacable y decidida. Nació en Oruro; sus papás eran orureños, aunque emigraron de una familia proveniente de Huallchapi[3]. Por decisiones de la vida, tuvo que aportar en su hogar desde muy pequeña, ya que, por su condición de “mujer” siempre priorizaron la educación de sus hermanos. Desde sus doce años, se trasladaba a la ciudad de La Paz en camión transportando mercadería del rubro textil. Desde entonces no paró de viajar. Es escalofriante pensar cómo una pequeña niña viajaba sola para comprar la mercadería que debía vender. Intrépida, guardaba su dinero en sus medias y en su sostén. Sin embargo, aun cuando esa autonomía y esa experiencia la ayudaron a salir adelante, el recuerdo de su padre como una figura muy autoritaria y el de su madre como una mujer sumisa fueron rasgos que influirían en sus futuras decisiones. Solo como un ejemplo, junto con su esposo compraron una casa en el centro de la ciudad de Oruro. Les fue difícil adquirirla, porque los propietarios se resistían a vender esa propiedad a personas que no eran de su entorno social. Finalmente lo lograron, aunque no sin dificultades.
Me estremece pensar que a la edad de 24 años tuvo que contraer matrimonio como obligación de su “herencia biológica”, como si fuera su único destino ser madre y ocuparse de la casa. Quizá ella tuvo la intención de casarse, pero jamás pensó que su matrimonio sería el resultado de una mera transacción: su padre negoció el matrimonio con un vecino de Oruro. Cuando ella se casó, su padre la echó de la casa y no le permitió llevarse ninguna pertenencia. Cual objeto, dejó de ser Flores para convertirse en Fuentes. Ella tenía una lealtad de hierro y su fortaleza siempre la mantuvo de pie para poder construir los sueños de su esposo. Con cuatro hijas a bordo, sin embargo, siempre replicó lo que había aprendido: a ser machista. Así, muchos de sus años los dedicó plenamente a sus negocios y a mantener su casa, por lo que su ausencia era evidente dentro del hogar.
Probablemente nació en la época equivocada, pues, con sus características, fácilmente se habría convertido en una “business woman”. Me resulta muy curioso cómo varias preguntas que le hacía cuando niña tenían la misma respuesta… Me explico: le preguntaba “¿A dónde vas abue?”, “A trabajar, hija”; “¿Qué harás el fin de semana?”, “Abrir la tienda, hay que trabajar”; “Es mi cumpleaños, ¿puedes quedarte un rato más?”, “Lo siento hija. Ya es tarde, es hora de…” Trabajar, trabajar y trabajar. Su don y su maldición, pero sería absurdo culparla, pues, como ella misma decía, “lo hice desde que era una niña”. Quizás era una ventana por la cual podía escapar de su realidad.
Un suave aroma de avena con leche y su típica frase: “Siempre antes de salir, Señor, cuídame” me recuerdan a ella; pero estas inocentes memorias son sólo una pequeña parte de su existencia. Es importante resaltar que la imposición social y familiar del matrimonio generó un efecto negativo que afectó profundamente su dinámica familiar. Su dedicación al trabajo y la crianza de sus hijas (todas mujeres) reflejan las expectativas externas que marcaron su vida. Y ¿cómo ser libre?, ¿cómo saber qué decisión tomar?, si solo por ser mujer una ya debe justificar su existencia.
Vitalia ya tiene 80 años, pero ese número es simbólico, pues para ella la libertad es decidir y, en este caso, decide seguir trabajando. Esa visión de vida la convirtió en una soldado a nuestros ojos; cuando nos reunimos, solemos llamarla “Sargento Flores”, pues sus expectativas y órdenes son firmes y claras. Si uno tiene la osadía de descansar por puro ocio ella se acerca y pregunta: ¿estás en parto? O en muchos casos protesta y entre balbuceos va diciendo: “Quella[4] burro”.
Clorinda, mi abuela paterna, no solo fue una mujer brillante sino rebelde para su tiempo. Todos la recuerdan como un “pan de Dios”, pero su vida estuvo llena de momentos anecdóticos. Cómo olvidar cuando, vestida de chola, poco antes de la Revolución del 52, entró al cuartel de Potosí para ayudar a un preso político emenerrista, apellidado Echeverría, a escapar. Los primeros días, le llevaba comida. Pero un día de esos, dentro de la bolsa de comida, ingresó clandestinamente prendas de vestir campesinas. Rápidamente el político apareció vestido con esas prendas que permitieron su huida de la cárcel. Sin duda, fue una mujer con agallas. Pero no todo fue sencillo: mucho antes, su familia atravesó momentos de adversidad debido a la desaparición de uno de sus hermanos.
Su vida dio un giro de 180 grados cuando, irónicamente, como mi otra abuela, se casó a la edad de 24 años, aunque Clorinda sí pudo elegir a su pareja. Procedente de una familia más acomodada que la de mi abuela Vitalia, ella trabajaba como profesora. Al casarse, junto con su esposo, se trasladaron al área rural en Amayapampa, para trabajar como profesores. Sin embargo, conflictos violentos entre comunidades los obligaron a escapar del lugar. Desde entonces y debido a la llegada de su segundo hijo asumió las labores del hogar como su única prioridad por los siguientes 24 años. Como consecuencia de ello, se vio obligada a renunciar a sus aspiraciones profesionales, probablemente para cumplir su rol de género. Con los años, tuvo una gran familia de siete hijos (seis varones y una mujer) que la llenaron de alegría.
La repentina muerte de su esposo a la edad de 42 años fue otro de los sucesos que marcó su vida. Con una familia numerosa, no podía limitarse a lamentar su pérdida; al contrario, ante la adversidad, ella volvió a hacer lo que tanto quería: trabajar. Esto le abrió la posibilidad de cerrar una puerta y abrir otra: la de vivir de nuevo.
Su notable resiliencia frente a las adversidades fue un rasgo característico de su personalidad. Y, sin miedo al éxito, recuperó la vida que había dejado atrás. Como ella decía, “velas y buen viento cargué con todo menos conmigo”[5], sacrificó su vida por sus hijos, pero también logró momentos dignos de recordar. Ella se convirtió en una funcionaria municipal, auxiliar en la COMIBOL; fue telefonista, operadora de la pulpería y, cuando tuvo la opción de jubilarse, dedicó su tiempo a la Biblioteca Municipal, siempre en Potosí. Su trayectoria laboral reflejó su capacidad para adaptarse y prosperar en circunstancias de adversidad.
Muchos recuerdan su actitud positiva y calmada, incluso su forma de cantar: “Cantaba cuando cocinaba, cantaba cuando lavaba, cantaba cuando se divertía, era genial”, como la recuerda mi padre. Siempre encontró la manera de ocultar su dolor y permanecer firme para que su familia no se desmorone. Mucha madre y mucha mujer para su tiempo. Aunque siempre calló su dolor y trató de cargar con todo el peso de tener una familia tan numerosa, su compromiso con el trabajo y su comunidad no solo dejaron una huella duradera en su familia, sino que también inspiraron a generaciones posteriores a perseguir sus sueños y a desafiar las limitaciones impuestas por la sociedad. Antes de morir, mi abuela pidió que no la entierren junto a su esposo y que coloquen en su ataúd una bandera rosada del MNR.
La vida de mis abuelas son un ejemplo de supervivencia en un mundo que no está diseñado para “ser mujer”, pues el matrimonio impuesto, expresiones de violencia y las restricciones para realizarse profesionalmente marcaron su vida, lo que moldeó profundamente las experiencias individuales y las dinámicas familiares. A través de sus historias, se perpetúa la complejidad de las relaciones familiares y las repercusiones emocionales de las expectativas sociales arraigadas. Reconocer estas formas de opresión y libertad resultaron fundamentales para que yo las comprenda de nueva manera, así como para promover una reflexión crítica sobre los roles de género y la autonomía personal cuando eso fue posible.
Publicado el 19 de octubre de 2024
[1] Ensayo final para la materia “Lenguaje y Redacción Básica”, Universidad Mayor de San Andrés, gestión 2024-1.
[2] Estudiante de la carrera de Sociología, de la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia. E-mail: vas00fu@gmail.com
[3] Pueblo cercano a Oruro, camino a la Joya.
[4] Del aymara: flojo.
[5] Es una frase que era usual durante la colonia y que se la sigue escuchando en la ciudad de Potosí.