Textos de interés - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
TEXTOS DE INTERÉS
Comentario del libro El imperio del trabajo. Historia social de la producción de plata para el mundo (s. XVI-XVIII)[1] de Rossana Barragán
Alfredo Ballerstaedt[2]
Umberto Eco decía que uno de los usos de las notas al pie era el de “pagar deudas”; Pascal Quignard, más inclinado al arte de la evocación, veía en ellas una etopeya: el recurso retórico que permite “hacer hablar al ausente”.
Rossana Barragán ha “pagado muchas deudas”: 580 autores en 610 títulos; y “ha hecho hablar al ausente” no solo textualmente –a través de más de 1000 documentos de archivo y 6000 fojas, en diez archivos repartidos en otras tantas latitudes–, sino también gráficamente, en 112 imágenes que restituyen al lector el espesor material de un mundo subterráneo y opaco: el de los socavones.
A este “consorcio de circunstancias” bibliográficas, documentales y gráficas se suma, como decía bellamente Gabriel René-Moreno, “una comprensión que estruja el sentido inequívoco de los textos originarios”, para oír en los pliegues de los archivos no solo datos, sino dramas humanos, tensiones, memorias: este libro.
Un apunte me gustaría destacar del enorme trabajo de Rossana, uno más próximo a mis intereses intelectuales, y es la relación entre la historia –o, mejor, la historiografía– y el lenguaje. La historiografía no es una simple narrativa ni una técnica particular de “lectura de signos”. Sin entrar en honduras filosóficas, digamos que el lenguaje, además de reflejar la sociedad, la cultura o la experiencia de quienes lo hablan, también las configura, las moldea; en suma, las define. El significado de los textos históricos no es relacional, constante o congénito (palabra esta tan cara a don Gunnar Mendoza) a los documentos mismos; solo emerge cuando estos son ubicados en un entorno específico de redes socioculturales y políticas que les dan forma y a las que, a su vez, los textos contribuyen a estructurar. La clave está en una lectura dialógica: entre texto y contexto, entre significados manifiestos y latencias ocultas, entre objetivos explícitos e implícitos.
Si aceptamos que el lenguaje constituye el mundo social, debemos también reconocer que solo adquiere sentido y autoridad dentro de determinados contextos sociohistóricos. Sin embargo, lo que ocurrió entre los siglos XVI y XVIII, en términos de lenguaje minero, persiste hasta hoy. Esa continuidad histórica no solo es lingüística, sino también cultural, social y material. De ahí que no podemos entender cabalmente lo que sucede en la minería actual si no comprendemos lo que ocurrió entonces.
Y la mejor muestra de la materialidad social del lenguaje la ofrecen los códigos léxicos de la minería colonial: un entramado de voces técnicas y términos nacidos de la práctica, que articulan un verdadero hervidero multilingüe en el que conviven palabras del castellano, del aymara, pero también del náhuatl y, sobre todo, del quechua.
Por eso, mientras las diferencias lingüísticas estructuran la sociedad, las diferencias sociales estructuran el lenguaje. Eso es lo que quería destacar del trabajo de Rossana: la discusión en torno al lenguaje como constructor de significados sociales.